Una inquietud frecuente de quienes cuidan a personas mayores con dependencia es cómo acompañar ante el duelo por una persona querida e, incluso, ante lo que les provoca pensar en su propia muerte. Quienes se dedican al tema, plantean que es necesario un cambio de paradigma para resignificar e integrar la conciencia de la finitud en nuestro modo de vivir.
Viviana Bilezker es fundadora y directora de El Faro, una asociación civil que se dedica a formar, acompañar y hacer comunidad en estos procesos para instalar una cultura del acompañamiento. En esa línea, hace hincapié en cómo nuestra cultura favorece la preparación para el nacimiento: “Nos ofrece un repertorio de cursos y enfoques que abordan los aspectos físicos y emocionales durante el proceso de gestación y el parto. Se trabaja con la madre próxima a parir, la pareja y el entorno familiar significativo, se eligen médicos, métodos y clínicas. El parto es un hecho natural y universal. Si se le brindan las condiciones adecuadas, se evitan complicaciones y sufrimientos innecesarios”.
Sin embargo, señala la psicoterapeuta, “la muerte también es un hecho natural y universal, pero no es habitual estar preparados para afrontarla, si bien el proceso de morir suele contar con una ventaja con respecto al nacimiento: la conciencia de la persona muriente, que puede participar activamente de las decisiones a tomar y atravesar la transición de un modo integral”.
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¿Por qué no tomamos ante la muerte los mismos recaudos y conceptos que se toman ante un nacimiento? Bilezker sostiene que el proceso de morir es una extraordinaria oportunidad para el crecimiento y el aprendizaje. “La muerte de un ser humano impacta en todo el sistema al que pertenece. Nuestra experiencia nos demuestra una y otra vez que prepararse y acompañar el proceso de morir puede convertirse en una vivencia trascendente y reparadora para la persona y su entorno inmediato y, por consiguiente, para la sociedad.”
Para la especialista es fundamental reconocer la muerte como parte de la vida, trabajar con su presencia en la vida cotidiana y aprender de esta convivencia íntima algo que nos asista a la hora de nuestro fallecimiento. “Acompañar a personas en sus últimos momentos permite acercarse a este aprendizaje existencial”.
¿Cómo sería celebrar por igual la llegada del invierno que la de la primavera? ¿Es posible contemplar la posibilidad de que muerte y vida no son necesariamente opuestos irreconciliables?
En este sentido, desde su propia experiencia comprobó cuán útil es saber terminar, saber despedirse, saber cerrar. “He descubierto que el mejor camino para empezar, abrir y recibir es haber desarrollado la capacidad de terminar, cerrar y despedirse. Y viceversa también. Esta es mi tarea: trabajo con personas en proceso de morir para aprender a vivir, trabajo con personas en proceso de morir para sumarme a los miles y miles que creen que morir no es ni debe ser una tragedia porque muerte y nacimiento forman una cadena infinita y sucesiva de fenómenos”, finaliza.
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